Cuerpos, fronteras, muros y patrullas
Abstract
El concepto de “frontera” se identifica con algo físico que separa espacios geográficos. Pero más allá de la cartografía, hay una dimensión simbólica de la frontera: un límite que reordena dimensiones de la vida como el tiempo, el espacio, los comportamientos y los deseos. Se trata de una apertura al cambio en los sentidos atribuidos a lo propio y lo ajeno. El muro es una perversión de la frontera, que selecciona un aspecto de la complejidad de las identidades y lo erige en criterio de alteridad e incomunicación. En este sentido, los cuerpos y las palabras actúan como una frontera. Y como las fronteras geográficas, nuestros cuerpos y palabras pueden ser lugares de separación o lugares de encuentro, lugares amurallados donde lo diferente es una amenaza, o espacios de rico intercambio y negociación entre mundos. Utilizaremos esta metáfora para hablar de los encuentros y desencuentros de los cuerpos diversos y de los lenguajes que construyen mundos polisémicos. Y en todos los casos, el efecto virtuoso de la traducción que permite atravesar fronteras sin desconocerlas.
En este breve artículo me propongo explorar una metáfora, la del cuerpo y la palabra como frontera, para encontrar una nueva mirada sobre las múltiples violencias que parten de marcar una identidad como territorio hegemónico de lo humano, y plantear la alteridad como ajena y extranjera en relación a ese territorio. En su presunta universalidad y abstracción, el sujeto de la política tiene sin embargo sexo, color, clase, etnia y edad; que solo se nombran cuando pertenecen a sujetos subalternos. En sí mismo un caso de violencia simbólica, esta transformación del diferente en “otro”, esta enajenación de lo humano, precede muchas otras formas de violencia. Puede llegar incluso a la demonización y deshumanización del disidente, como en la violencia aberrante de la tortura, y su mecanismo constituye la base ontológica de toda forma de discriminación.